“Hasta una ruina puede ser una esperanza”. Esta frase de Miguel de Unamuno se ha convertido en nuestro leitmotiv en la Fundación Santa María la Real. Donde otros ven problemas, en la Fundación vemos soluciones, los afrontamos en clave de oportunidad.
En 1977, un grupo de soñadores encabezado por el arquitecto y dibujante José María Pérez “Peridis” se embarcó en la aventura de rehabilitar y dar vida a lo que en aquellos años se conocía en Aguilar de Campoo como “el convento caído”, el Monasterio de Santa María la Real, que se encontraba en un estado de ruina y abandono. Lo lograron, además, atacando un gran problema social: el desempleo. La rehabilitación del Monasterio se hizo a través de la creación del Programa Escuelas Taller, una política activa de empleo que se replicó años más tarde por todo el territorio nacional, e incluso se exportó a Latinoamérica o al África Subsahariana.
Hoy, más de cuatro décadas después, en la Fundación seguimos reconstruyendo futuro, generando desarrollo, promoviendo iniciativas y aprovechando oportunidades. Somos una entidad non-profit, privada e independiente, que tiene como objetivo mejorar nuestra sociedad mediante la puesta en marcha de proyectos e iniciativas basadas en tres ejes: personas, patrimonio y paisaje.
El liderazgo social es nuestra manera de trabajar. Nosotros lo concebimos como un conjunto de características que poseen las personas y las organizaciones que las hacen distinguirse del resto, porque asumen el protagonismo a la hora de hacer frente a los retos que plantea el contexto socioeconómico. Estas características son:
1 – Colocan a las personas en el centro de sus actuaciones: cuando se plantean proyectos, iniciativas, actividades etc., y en el propio desarrollo de las mismas, las personas siempre ocupan un lugar central. El trabajo siempre comienza desde las personas, y no desde otros elementos (tecnologías, programas, infraestructuras etc.), teniendo en cuenta sus problemas, necesidades y oportunidades. Se busca el desarrollo interno de las personas, tanto personal como profesional.
2 – Proactividad e iniciativa: no esperan a que otros actúen, hacen que las cosas sucedan. Actúan proactivamente ante nuevas posibilidades, o cuando hay dificultades, sin esperar a que otras personas o instituciones hagan o digan lo que hay que hacer. Lideran los procesos de cambio y transformación.
3 – Se basan en enfoques colaborativos: se fomenta el trabajo en equipo y la colaboración en las distintas actuaciones. Se busca crear comunidad desde la diversidad. Se fomenta la implicación de distintos agentes en las iniciativas y proyectos. Los problemas sociales son complejos, y requieren de la suma de esfuerzos para que las respuestas sean más efectivas.
4 – Abordan los problemas y retos desde una óptica innovadora: se buscan fórmulas distintas para enfrentar las situaciones. Por eso, se tienen en cuenta ideas distintas, nuevos enfoques, se busca una manera diferente de hacer las cosas. Se fomenta la creatividad y la innovación, puesto que no se pueden obtener resultados diferentes si seguimos haciendo lo mismo.
5 – Consiguen resultados e impacto social: finalmente, no se quedan en el “cómo”, sino que van hacia el “para qué”. Las acciones que se ponen en marcha consiguen resultados y cambios positivos, que modifican la realidad personal y social.
El liderazgo social no se plasma en palabras, teorías o modelos, sino en acciones. Lo ejercen personas y organizaciones que no se quedan parados ante los problemas, sino que dan un paso hacia delante a la hora de encarar los retos.
La pandemia de la Covid-19 nos ha enseñado que ya nada es como antes. Y, probablemente, nunca lo volverá a ser. Por eso, es más necesario que nunca el desarrollo del liderazgo social para hacer frente a los importantes desafíos sociales, económicos y medioambientales que nos vienen.